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jueves, 12 de junio de 2014

Stay dry

Esta jornada tuvo lugar hace prácticamente un mes, así que la adrenalina ya no corre por mis venas mientras escribo. Sin embargo el hecho de que este próximo sábado vaya a volver al mismo lugar hace que las emociones vinculadas a ese día estén otra vez a flor de piel.


Eolo castigaba severamente el embalse alzando batallones de olas que golpeaban sin descanso, una tras otra, las orillas. El viento puede ser un verdadero incordio para el mosquero dificultando la posada e incluso el lanzado, además de la localización de los peces, pero también es una oportunidad si conseguimos convertirlo en nuestro aliado. En estos días ventosos es de esperar que una elevada cantidad de insectos acaben arrastrados al agua, y los peces saben aprovechar este aporte de alimento extra. Encontré un buen número de barbos, muy superior a lo que estoy acostumbrado por aquí, merodeando las orillas en zonas someras. La mayoría de ellos se dedicaban a hozar el fondo mientras eran mecidos por el vaivén de las olas, aunque sin duda mientras rastreaban con los barbillones los ojos miraban a la superficie esperando la llegada de algún bicho que hubiera sufrido un accidente aéreo.


Estaba claro que esas eran las condiciones perfectas para atar una seca en el terminal y así lo confirmó el resultado del segundo lance de la mañana: un precioso barbo sucumbió a los encantos de un Hopper Juan. Esa captura tan temprana, así como la cantidad de barbos al alcance de la vista auguraba una jornada épica. Sin embargo los minutos se iban sucediendo al ritmo de mis lances infructuosos. Los peces parecían no ver la mosca, o hacían caso omiso de ella. Con las dudas sobre la efectividad de lo que estaba haciendo acechando mi subconsciente lo propio era buscar la seguridad de lo que siempre funciona. Y eso en mi caso, con barbos hozando, era presentarles un Cangrebou convenientemente animado delante de los morros. Pero allí, tan lejos de mi tierra y ante una especie de barbo diferente, las viejas fórmulas no parecían surtir efecto. La única reacción que provocaba la mosca en los peces era una huida inmediata y solo una carpa despistada se dejó tentar por sus encantos. Con ese oleaje endemoniado iba a ser casi imposible detectar la picada a ninfas de pequeño tamaño, así que solo quedaba la opción de volver a trabajar en superficie.


Así, manteniendo una seca en el extremo del terminal, se fueron sucediendo las picadas. Muchas acabaron en captura de hermosos barbos, aunque no del tamaño que según mis referencias puedo llegar a encontrar (esperemos que este sábado sea el momento). Un par se llevaron la mosca y otros muchos me las inutilizaron abriendo el anzuelo. Como soy más de ninfas que de secas, a éstas no les llegó el "plan renove" cuando me pasé a los anzuelos fuertes. Ahora, forzado por la masacre que sufrió mi caja aquel día, ya tengo un arsenal digno de estos competidores.


Al final fue una jornada maravillosa en un auténtico paraíso para el mosquero barbero y de la que volví con muchas sensaciones positivas y habiendo aprendido muchas cosas nuevas. Distinguí tres comportamientos básicos en los barbos frente a un día de fuerte viento, así como pude contrastar su respuesta a diferentes formas de presentar la mosca. Pero esas observaciones las compartiré ya en otra entrada.

Saludos y ¡buena pesca!

2 comentarios:

  1. Me tienes que llevar, me tienes que llevar... ;-)

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    1. Bueno, este no es mi territorio, está en tierras castellanas y lo encontré gracias a las indicaciones de Alfonso. Pero podemos ir aún así

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