El pasado sábado, aprovechando el buen tiempo, me acerqué a un pantano cercano para intentar tentar a algún barbo o carpa incautos. Ya me imaginaba que el panorama no iba a ser el mejor, y más sabiendo que el embalse estaba al 12% de su capacidad. Pero cuando llegué me encontré que las aguas estaban totalmente tomadas ya que las lluvias de las últimas semanas provocan un muy necesario, aunque totalmente turbio, aporte de aguas.
Viendo cómo estaba la cosa empecé a sospechar que no iba a ser un día muy generoso en capturas, como al final acabó siendo. Sólo conseguí engañar a una carpa, cerca de la entrada de agua, y supongo que picó porque el fango no le dejó verme, ya que el resto de ejemplares que ví merodeando las orillas aparecían extremadamente recelosas y asustadizas.
Este escenario nunca se ha caracterizado, que yo sepa, por una gran abundancia de barbos, pero lo que realmente me preocupa es que cada vez se ven, y por supuesto se capturan, menos. No sé cual puede ser la causa de esta dinámica, pero desde luego es cada vez más generalizada en esta tierra. Sin duda la presencia de pescadores totalmente irrespetuosos con el medio, que abandonan sus desperdicios cuando vuelven a casa y que por los restos que dejan más parece que van de botellón que a disfrutar de una jornada de pesca no ayuda. Y mucho menos lo hará que procedan de países donde se tiene la costumbre de consumir estos magníficos peces tan deportivos (algunos de sus deshechos evidencian su procedencia) que aquí habían dejado de considerarse alimento.
Ayer domingo ya llegó el frío, y parece que esta vez ya es para quedarse. Así que por delante quedan tres meses de montar moscas, ver vídeos, leer blogs y buscar nuevos lugares para pescar la temprada que viene. Pero sobretodo tres meses de esperanza, esperanza en que la nefasta dinámica de las poblaciones piscícolas cambie, en que los embalses recuperen niveles óptimos y en que la conciencia de aquellos con los que compartimos las orillas y riberas también vaya a mejor.