El primer pez reseñable, uno de esos grandes barbos que nadan en estas aguas y que justifican el madrugón y el viaje, se hizo de rogar. A esas alturas alguna carpa ya había pasado por mi sacadera. Estaba a poca profundidad, inspeccionando el fondo aunque sin quitar ojo de lo que rondaba por la superficie, así que decidí plantarle una mosca seca. La elegida fue un Hopper Juan en los tonos y tamaño de los saltamontes que pueblan las orillas, seguro que más de uno cayó al agua durante el día. Él sintió la caída, se acercó, lo miró, pero en el último momento decidió no tomarlo. Aunque no estaba todo perdido, ya que siguió a lo suyo, dándome otra oportunidad. Para aprovecharla, bastaba con atar otra mosca al terminal y volver a probar suerte. Pero me pudo la pereza y la ansiedad: le presenté otra vez el hopper y provoqué, esta vez sí, su huída hacia las profundidades.
Más tarde, cuando el viento decidió dar una pequeña tregua, tuve la suerte de encontrarme en el lugar adecuado. Barbos y carpas patrullaban la superficie boqueando aquí y allá la comida que encontraban a cierta distancia de la orilla. Una distancia demasiado grande para alcanzarlos dada la pendiente de las orillas en ese punto y mi -cada vez más patente- limitada capacidad de lanzado. Pero de vez en cuando uno de aquellos peces se ponía por fin a tiro, y esas oportunidades no hay que dejarlas pasar. En esta ocasión até una mosca más discreta, una pequeña "alaíca" de foam y me dediqué a posarla en la trayectoria de los peces. Dio resultado, aunque también hubo rechaces e incluso alguna rotura de terminal, pero tuve la oportunidad de capturar varios peces casi sin moverme del sitio.
Pero la oportunidad de la jornada la tuve estando a bastante altura respecto al agua salvando un importante cortado que hunde sus raíces en el agua. Bajo mis pies pude ver otro de esos leviatanes de este embalse en la misma actitud que el primero que encontré por la mañana. Posé en sus proximidades una imitación de avispa y, esta vez sí, tuve la oportunidad de clavar. Sólo eso, porque acto seguido se lanzó al cortado sin darme tiempo de reaccionar para frenarlo consiguiendo así liberarse. Quizá no tenga la oportunidad de volver a cruzarme con aquel ejemplar, pero ojalá me equivoque ¡qué potencia desplegó en un momento!
Ya de vuelta al coche un par de carpas que hozaban algo más profundas decidieron abalanzarse a por la cangrebou al ver sus pinzas ondear tras un leve tirón que la introdujo en el plato de su merienda. Después sólo quedaba conducir de vuelta a casa disfrutando de los preciosos colores del atardecer y fantaseando con la próxima ocasión en la que tendría la oportunidad de enfrentarme a un Sir Arthur para intentar ganarle la batalla.
Saludos y buena pesca