Al ir bordeando un precioso arroyo de montaña que viene del desagüe del ibón al que nos dirigíamos, la mayor dificultad, por encima de ir ganando el cansancio de las piernas durante la ascensión, era evitar la tentación de montar el equipo e intentar sacar algún pez de esas aguas.
Una vez arriba había que encarar la dura realidad: a tanta altitud el azote del viento era casi inevitable. Y de esa manera la deificultad en la localización de los peces y en el lanzado fue la tónica general de la jornada.
En estas situaciones lo que prima es no darse por vencido. Al contrario, estas jornadas nos dan la oportunidad de poner a prueba nuestras habilidades como pescadores. Encontrar los lugares donde "seguro" que habrá peces comiendo, esmerarse en el lanzado... ¡y clavar! Consejo: los días de viento no olvidéis lanzar a la espuma que suele formarse a unos metros de la orilla. Allí es donde los peces suelen buscar comida.
Este ibón me dió 6 preciosas truchas. El otro que se encuentra durante la bajada, más pequeño y menos ventoso, otras 6 me alegraron la tarde.
Como siempre, las capturas volvieron al agua con una pequeña caricia. Esa es la única manera posible de poder combinar con la pesca las maravillosas panorámicas que nos brindan estos maravillosos rincones. Y justo en ese momento, cuando el pez se libra de nuestras manos y nada libremente hacia el centro del lago, cuando uno siente la libertad. La libertad de encontrarnos en ese entorno natural y de poder brindar la libertad al ser que nos ha alegrado el día y acelerado el corazón.
A partir de ahora, vuelta a los cursos medios y bajos de lor ríos y a sus embalses, a tentar a los maravillosos barbos y carpas que, en mi opinión, no tienen nada que envidiar a las delicadas pintonas.
¡Saludos y buena pesca!